El lunes pasado fui a los juzgados de lo familiar, esos que están frente a la Alameda Central y ubicados estratégicamente al lado del museo Memoria y Tolerancia.
Los actores que encontré en este lugar son protagonistas, antagonistas, villanos, personajes de soporte, personajes cómicos y extras.
En el juzgado se escuchan las historias más increíbles, el drama de la vida está a la orden del día.
Parejas uniendo sus vidas como los héroes al final de la película y otras parejas despedazándose; antagonistas el uno al otro para hacer lo que en su mente creen que es lo correcto.
Jueces que se llevan la vida de otros al dar un dictamen y miles de subtramas que se desarrollan después del fallo.
Personas, antes cercanas que ahora ni se saludan, el policía que tiene debajo de su silla la torta o el «chesco» del día, la secretaria que no sabe en dónde queda tal o cual oficina y una mommychic que antes de estampar su firma es cuestionada por la secretaria en turno: «¿Está segura?»
¡Madres! ¿Lo estaré?
Pues así los actores que representan una puesta en escena que viven dramas reales con sentimientos reales y consecuencias reales.
Creo que prefiero estar sentada en una butaca, viendo de lejos, dramas que son mil veces menos extraños que aquellos que se han escuchado en el juzgado.