Tenemos una idea mágica de cómo queremos que sean nuestros hijos; de repente nacen, van creciendo y desarrollando su temperamento, y estamos averiguando ¿A quién salió tan respondón? ¿Por qué es tan necio? Decenas de preguntas similares nos pasan por la cabeza.
El sueño desaparece, nos topamos con individuos con convicciones e ideas diferentes a las nuestras. Aquí empieza el trabajo porque hay que reconciliar, negociar, aprender que ellos son diferentes y sus decisiones hay que respetarlas.
Entender que las amenazas o castigos tendrán poco efecto y que es mejor construir una relación de respeto y comunicación para llevarnos bien.
Ayer fue uno de esos días que quería correr; discusión con el mayor, la menor se enfermó y el cansancio hizo que estuviera a punto de tirar la toalla.
Gracias a Dios de eso terrible salió algo mejor, abrimos nuestro corazón y hablamos, encontrando ideas en las que sí estamos de acuerdo y quedamos en trabajar con las que no.
Salimos a distraernos, cambiamos de aire y en la noche nos dio por crear, imaginar nuestro futuro ideal cada quien en lo suyo. Los viajes acordamos que es lo que quisiéramos compartir en familia.
La nena empezó a escribir en un cuaderno historias de una idea que tuvo cuando tenía 4 años.
Yo aterricé algunos proyectos pero sin duda el más importante es estar bien con mi familia, estar juntos, acompañarnos y apoyarnos.
Está bien decir lo que pensamos pero hay que cuidar nuestras palabras para no herir. Reconocer en otros sus aciertos y cosas positivas para no aplastar corazones.
Ser apoyo sólo cuando te lo piden; quedarte observando es difícil, como mamás/papqueremos estar ahí para cacharlos y que no sufran, pero precisamente en las caídas está la lección.
Dejarlos ser, dejarlos que se caigan y dejarlos que asimilen la lección y aprendan es una de las cosas más difíciles de ser mamá.
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