Dejar ser a nuestros hijos

Tenemos una idea mágica de cómo queremos que sean nuestros hijos; de repente nacen, van creciendo y desarrollando su temperamento, y estamos averiguando ¿A quién salió tan respondón? ¿Por qué es tan necio? Decenas de preguntas similares nos pasan por la cabeza.
El sueño desaparece, nos topamos con individuos con convicciones e ideas diferentes a las nuestras. Aquí empieza el trabajo porque hay que reconciliar, negociar, aprender que ellos son diferentes y sus decisiones hay que respetarlas.
Entender que las amenazas o castigos tendrán poco efecto y que es mejor construir una relación de respeto y comunicación para llevarnos bien.
Ayer fue uno de esos días que quería correr; discusión con el mayor, la menor se enfermó y el cansancio hizo que estuviera a punto de tirar la toalla.

Gracias a Dios de eso terrible salió algo mejor, abrimos nuestro corazón y hablamos, encontrando ideas en las que sí estamos de acuerdo y quedamos en trabajar con las que no.
Salimos a distraernos, cambiamos de aire y en la noche nos dio por crear, imaginar nuestro futuro ideal cada quien en lo suyo. Los viajes acordamos que es lo que quisiéramos compartir en familia.
La nena empezó a escribir en un cuaderno historias de una idea que tuvo cuando tenía 4 años.
Yo aterricé algunos proyectos pero sin duda el más importante es estar bien con mi familia, estar juntos, acompañarnos y apoyarnos.
Está bien decir lo que pensamos pero hay que cuidar nuestras palabras para no herir. Reconocer en otros sus aciertos y cosas positivas para no aplastar corazones.
Ser apoyo sólo cuando te lo piden; quedarte observando es difícil, como mamás/papqueremos estar ahí para cacharlos y que no sufran, pero precisamente en las caídas está la lección.
Dejarlos ser, dejarlos que se caigan y dejarlos que asimilen la lección y aprendan es una de las cosas más difíciles de ser mamá.

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Acompañar a mi adolescente

Yo tengo un hijo de la edad de Federico, el agresor de los hechos ocurridos en Monterrey, y hoy más que juzgar a los papás de ese niño me puse a analizarme a mi.
¿Reviso la mochila de mi hijo? No
¿Tengo la clave de su celular? No
¿Estoy diario por las tardes a su lado? La mayoría de los días si pero a veces no.
Entré en pánico.
Me considero una buena mamá y me tranquiliza los valores que le he inculcado a mi hijo unido al ejemplo que le doy diariamente.
Ayer decidí hablar con mi hijo y decirle lo que pasó. Gracias a Dios no estaba enterado ni vio el video. Pero yo sabía que hoy iba a ser el tema en la escuela y mejor quise adelantarme y decírselo yo; además desde hoy van a revisar las mochilas a la entrada.
Le hable de lo que pasó, le pedí que no viera el video. No hay razón. Y que estuviera al pendiente de los grupos en FB que incitan a la violencia. Que no caiga en ellos.
Que este al pendiente si hay algún compañero que habla de hacer daño. Se puedo prevenir.
El chiste es que no se calle por miedo o pena. Que hable.
Me dijo que no sabía de esos grupos secretos en Facebook (Quiero creerle y revisarle de todas formas el celular).
Antes de dormir me dijo: «Mira mamá estuve mezclando una canción con un programa de DJ en mi celular es la primera que hago quiero que la escuches».
Vi el reloj y ya pasaban de las 12 pero pensé que para él era importante asi que decidí hacer de la vista gorda y esperar 3 minutos más para que se durmiera.
Me puse los audífonos y mi hijo se acercó y me pidió que le rascara la espalda.
Mientras escuchaba su creación y lo tenía cerca agradecí infinitamente esos tres minutos en los que me quiso compartir lo que hace, en los que me quiso tener a su lado y oré para que siga siendo así.
Tomaré acciones, pero más que hacer hay que hablar con ellos de la realidad, que estén alertas y fomentar su autoestima, su seguridad para que en el momento en el que tenga que tomar una decisión fuerte lo haga. Para que vea que las consecuencias pueden ser fatales y que con un solo niño que hubiera tenido los pantalones de hablar sobre la amenaza se hubiera podido prevenir.
Esto para mí es una llamada de atención, una muy dolorosa y triste sobre una generación de niños que se sienten solos con padres en modo avión que viven conectados a sus dispositivos. En el que por llamar la atención o sentir que pertenecen a un grupo toman malas decisiones.
Los adolescentes están en su búsqueda, en encontrarse, se cierran y se ponen un caparazón impenetrable. No importa, debemos estar cerca, hablar, hablar, hablar, algo se les quedará. No darnos por vencidos con mano firme y un amor incondicional estar ahí para ellos.