Yo creía que era una virtud ser adaptable; en todas las entrevistas que he tenido en mi vida ya sea para la admisión a la universidad o para algún trabajo decía con orgullo: “Soy muy adaptable”. Si vieran el abanico de amigas tan diferentes que tengo lo comprenderían mejor.
Mi mamá, muy orgullosa, siempre contaba que cuando me llevaba de un año de edad a la fuente de sodas del Sanborns de los Azulejos me sentaba muy derechita sin hacer dramas o berrinches. Era una niña súper bien portada en resumidas cuentas. Me adaptaba a todas las situaciones y personas. Ya saben: calladita, más bonita.
Pero hace poco descubrí que lo que estaba haciendo era ser pasiva, no causativa. En pocas palabras mantener la fiesta en paz. Mejor no digo, mejor no hago, y eso ya no me pareció ser una virtud, al contrario, querer darle a todo el mundo por su lado es muy complicado.
Me di cuenta de que aceptar las decisiones de otros no me ayuda a crecer ni yo estoy poniendo mi granito de arena para mejorar o cambiar las cosas. Es un acto de fortaleza diario confrontar a otro (eso sí, de forma muy chic®) y decirle: “No pienso lo mismo que tu”. Créanme que me cuesta, pero estoy segura de que hay una opción mejor que beneficia a más personas. Si lo aceptan, brinco de felicidad.
Estoy segura que cuando ustedes lo hagan se sentirán satisfechos, si les dicen: “¡Cuernos! Así no”, también es necesario no tomárselo personal. Saber que hay personas que tienen otras experiencias en la cabeza y que para ellos no es lo ideal.
¿Adaptarse o morir? Yo digo que morir en el intento de cambiar para mejor lo que se nos presente porque eso de vivir con condiciones ajenas, eso sí es estar muerto en vida.