Odio las selfies. Sí, así de crudo y directo. No les veo el caso. Y las que son con cara de pato, sacando la lengua o aventando un beso menos.
Pero ¿qué creen? a mis hijos les encantan. Sus amigos se toman selfies y ellos no se quieren quedar atrás, y sí, yo he caído en la tentación una que otra vez (muchas más); ahí andan dos que tres (más de 10) selfies en mi Instagram.
Pero ¿dónde se inició esto?
La web británica, Mirror News, reveló el primer selfie de la historia que fue tomado en 1839 por Robert Cornelius. Se trata de un autorretrato que fue captado en un espejo.
Se trata de un químico amateur y aficionado a la fotografía que vivía en Filadelfia. Robert captó su autorretrato en la tienda de su familia. Me imagino que antes de esto fueron los autorretratos de los grandes pintores.
El clímax de esta moda, sin duda, fue en la entrega de los premios Oscar de este año, cuando Ellen Degeneres –la conductora del evento– invitó a algunos actores a posar con ella para una selfie para publicarla en Twitter y pidió que fuera retuiteada, lo que causó que esta red social se cayera por todo el tráfico que causó su petición.
Hasta este momento tiene 3.2 millones de RTs, aquí la prueba:
Después de esto, se volvieron un must…bueno, hasta Barack Obama se buscó un problema con su primera dama al estar bien animado tomándose la selfie del recuerdo en el funeral de Nelson Mandela juntó con la (nada fea) Primer Ministra Danesa y el Primer ministro Inglés David Cameron.
Lo debo de reconocer y lamentablemente aceptar: las selfies llegaron para quedarse y para muestra varios botones que me he tomando y que les dejo por aquí: