«Mamá, un niño de mi salón fuma”.
Esa fue la noticia que me dio mi hijo mayor, de 11 años, la semana pasada: “La Miss lo vio junto a los de prepa que se juntan hasta el fondo de la escuela y de seguro lo van a correr”.
Yo pensando una respuesta y mi hijo continuaba: «Además ya nos ha invitado a que fumemos con él»
¿Y ahora? Más me tardé en contestar que mi hijo en seguir: «Pero ya nos juntamos otros dos amigos y yo para decirle que si no deja de fumar ya no vamos a ser sus amigos, no nos vamos a dejar intimidar. Que él valore lo que le conviene».
Así, muy seguro mi hijo, me dejó sin palabras. Le agradecí que me contara y lo felicité por mantenerse fuerte frente a las malas influencias.
A los dos días me contó el final de la historia: «A la salida del colegio el fumador precoz le dijo a su mamá: ‘Te van a llamar de la escuela porque fumé’ a lo cual la madre contestó: ‘¿ah, si? no te preocupes mi’jito’».
El silencio me inundó de nuevo y unas ganas de ir a sacudir a la señora.
Mi hijo continuó: «Mientras nos contaba eso, mamá, mi compañero estaba molesto: ‘¡Parece que no le importo! Ni siquiera me regañó ni nada’, decía».
Señoras, padres de familia, ser cool con sus hijos y pasar por alto cosas así no los hace mejores padres. Ellos piden límites a gritos.
Sólo deseo que mi hijo siga contándome todo lo que le sucede a él y a sus amigos. Que no lleguen los silencios incómodos entre nosotros.
Alejar a las tentaciones es misión imposible, es ir contra el universo. Entonces, el universo interior, el mundo interior, el que nosotros les inculcamos, es el que cobra sentido y relevancia totales ante situaciones complejas.
Completamente de acuerdo Inphi