Hace poco más de seis años, en enero de 2007, empecé a sentir un dolor en el pecho del lado izquierdo. El dolor continuó y a los dos días sentía un bola. Fuck!
Mi esposo había salido de viaje un día antes, ese día en la noche me llamó y pasé casi toda la llamada explicándole lo que tenía, obvio llorando. No sabía qué tenía pero me cruzó por la mente: cáncer de mama.
Mi esposo, que es experto en manejar las crisis, me calmó: «Ve con la ginecóloga y en cuanto te diga qué es, me llamas y si quieres me regreso». Me calmé y pensé que ver a un experto y saber qué me ocurría era lo más inteligente, sin embargo no pude dormir.
Le recé a San Antonio, a San Charbel, a la Virgen y a mi ángel de la guarda; si no tengo nada, si me hacen el milagro de estar sana, les llevo un listón, les doy una limosna, ya no voy a gritar ni a enojarme nunca.
A primera hora del día siguiente llamé a mi doctora, tenía cita disponible hasta dentro de dos semanas, con una voz quebrada le dije a la recepcionista: «Señorita, es urgente, siento una bolita en el seno izquierdo». Inmediatamente me dijo: «Venga en una hora».
Gracias santitos, gracias virgencita, gracias a la recepcionista que de seguro tiene la orden de mover, cambiar o cancelar citas si cualquiera llama diciendo esas palabras.
Llegué en un dos por tres; aunque tampoco quería llegar, el miedo nos hace retirarnos de aquello que vemos como peligro, pero tenía un peque a quien cuidar: “Ya no estoy sola, debo estar al cien por ese individuo que me tiene como su principal terminal”, pensé.
Pasé a consulta y mi doctora me examinó, me mandó un desinflamatorio y una orden de mastografía y ultrasonido para la siguiente semana. Yo con cara de: what?, ¿Cómo voy a estar una semana en ascuas? Necesito saber qué tengo ahora. Me dijo que para los estudios necesitaba desinflamarse un poco, la ventaja que tenía era que me dolía (¿ventaja?). «El cáncer no duele, sólo aparece la bola», me dijo. Bendito dolor, pensé.
Me fui a la casa con medicamento en mano. Llamé a mi esposo y decidimos que se quedara en su curso, no tenía caso que se regresara.
Creo que ha sido una de las semanas más duras de toda mi vida. Pensaba en el peor de los diagnósticos. ¿Y si tengo cáncer de mama? ¿ Y si ya no puedo embarazarme? ¿ Por qué dejé pasar tanto tiempo para tener otro hijo? ¿Y si me pasa algo? Mil preguntas más, de esas que de verdad nunca nos preguntamos porque sólo hay dos respuestas y una de ellas es bastante mala, por no decir fatal.
Sí la pasé mal y sola, porque no quería decirle (preocupar) a mis conocidos y menos a mi mamá que se preocupa de más. Así que sólo me desahogué con mi vecina y gran amiga Pili; a la semana, ella se ofreció a acompañarme a los estudios.
Pues si, llegó la hora de la verdad, aunque tenían la orden de entregar los resultados hasta dos días después, sabía que en el ultrasonido iba a ser un resultado inmediato. Tenía miedo. Volví a encomendarme a todos mis santos y entré al área del laboratorio.
Primero la mastografía. Había escuchado historias de terror, la verdad no me dolió tanto. Inmediatamente después fui al ultrasonido, la señorita muy correcta no habló nada. Yo moría de curiosidad y le pregunté: «¿Ve algo mal?» A lo que contestó: «No se preocupe, parece ser una fibrosis». Se imaginan que salí feliz y corrí a abrazar a mi amiga Pili que pacientemente me esperó a la salida.
A los dos días pasé por los resultados y fui a consulta, la doctora confirmó el diagnóstico: tenía una fibrosis por las pastillas anticonceptivas que estaba tomando, las eliminamos inmediatamente y, además, me pidió que quitara de mi dieta irritantes como chocolate, café y Coca light. Al despedirme de ella, con abrazo efusivo incluido, sólo me pidió una cosa más: «En un mes te quiero aquí embarazada».
Y así fue, al mes y medio estaba en la sala de espera con un embarazo apenas perceptible en el ultrasonido.
Mi hija nació en octubre, la semana que entra cumple seis años y casualmente es el mes en el que se celebra la lucha contra el cáncer de mama.
El fin de este texto es que reconozcamos que nuestra mejor amiga es la prevención. Como dijo hace poco mi amiga @mariina «Porque me quiero me cuido» y agregaría «me toco»; explórense y si tienen más de 37 años y/o antecedentes de cáncer en su familia acudan a hacerse una mastografía. Nunca está de más.
Creo que habemos varias con historias parecidas. A mí me pasó exactamente igual a los 19 años. La histeria vino porque justo unos meses antes había fallecido por cáncer de mama la hija de un amigo de mis papás exactamente a los 19 años. Así de trágico, así que tienes toda la razón, nada como una mano amiga para explorarse y demostrar que nos queremos. Por nosotros y por quienes nos rodean.
Beso,
Sandra
Yo también tengo un caso similar de una mujer muy joven que falleció por este mal. Ella era más grande y dejó a una nena de la edad de mi peque mayor. Creo que el conocer casos así nos hacen más conscientes. Gracias x comentar 😉