Hace un año y medio, mi hijo mayor quiso cambiarse de taller vespertino en la escuela; tomaba arte en plastilina y decidió que el basquetbol era lo suyo. Él solito arregló lo de su cambio y comenzó a asistir a los entrenamientos dos veces por semana.
Llevaba menos de un mes practicando el nuevo deporte, cuando se presentó el primer partido contra una escuela visitante. Nos pidieron asistir para apoyar a nuestros peques. El otro equipo estaba rudo, se veía que llevaban más tiempo entrenando juntos, los nuestros estaban verdes. El coach primero metió a los mejores, hacía los cambios con cautela; mi hijo le rogaba que por favor lo metiera a jugar.
Recuerdo que en secundaria yo jugaba voleibol, era malona. Lo último que imaginaba es que me fueran a dejar entrar en un partido; es más, ni me animaba a entrar porque si me metían y fallaba, no me la iba a acabar con mis compañeras de equipo.
El coach metió a un niño, a los cinco minutos hizo cambio de otro jugador, y en el último cuarto del partido las súplicas de mi peque rindieron frutos: lo metió a jugar. Siento decirles que no fue él quien salvó el juego ni tampoco anotó, al contrario, cometió varios errores. Yo estaba roja de pena y con miedo de que me fueran a decir algo los papás de los compañeros. Tampoco fue así, todos aplaudían si se cometía un error, incluso el abuelo de uno de los mejores jugadores del equipo gritaba: «Buen intento, Max. Vamos, equipo», así con todos los demás.
El entrenador incluyó a cada uno de los peques y todos dieron su máximo esfuerzo. Nunca vi que los mejores se molestaran o criticaran a los nuevos. Realmente me sorprendió. En mis épocas nunca se metía al novato al final, es más, en ningún momento del partido. El coach sacrificó el resultado, pero les enseñó a todos el verdadero sentido de un equipo: todos juegan, todos somos responsables del resultado, todos somos compañeros. Le estoy infinitamente agradecida.
De la misma forma, los otros padres me daban ánimos, me decían que así empezaban todos, que era trabajo a largo plazo y, en pocas palabras, que no me preocupara. Una cosa era clara, mi peque sabía que él podía contra cualquiera.
En ese primer partido el coach les gritó: «¡Cubran a uno!» (de los jugadores contrarios) y Max (que es de los más pequeños de edad y talla) se fue directo a cubrir al más alto de los oponentes; falta de autoestima no tiene, me encantó. Al final de eso se trata la maternidad, de darles las bases y que estén preparados para sus batallas.
Pasaron muchos partidos más y, poco a poco, Max fue mejorando hasta ser uno de los destacados, con ese entusiasmo de salir a jugar sin importar el contrincante. Esa es la verdadera ganancia: no darse por vencido a la primera, a la segunda o a la tercera. Sólo hay que dar lo mejor de sí en cada momento.
Cuando veo que se pone triste porque no ganaron le enseño esta foto:
Muy bueno y mucha razón… no importa si es a la primera o a la décima.. lo importante es intentarlo y no quedarse con las ganas o el «qué hubiera pasado si…». ¡Felicidades por ese campeón!
Gracias Jane 😉 me encanta que sea luchón
Practice makes perfect. Muy bien por el couch, el equipo y los papás.
Muy buena imagen, la próx. Que te vea te contare una anécdota de el
Me encanta, ojalá todos fueran así…. Yo jugaba basquet y era más o menos mala, el entrenador me usaba para castigar a las «estrellitas» que como se sabían buenas faltaban a los entrenamientos, así que les decía que no iban a jugar y que me iba a meter a mi, pero no lo hacía, al menos que fuera un partido muy fácil y que nuestro equipó fuera ganando por muchos, entonces si me metía. Es muy importante enseñarle a los niños a NO darse por vencidos y que mejor que hacerlo en conjunto con otros padres, sentir ese apoyo es increíble. Felicidades por eso y mil gracias por compartir.